“La vivencia del Carisma determina en nosotras una espiritualidad que arranca del misterio del amor salvífico de Dios…esta experiencia del Espíritu que da el ser a la Compañía, se desarrolla desde la espiritualidad ignaciana. Es por ello que los fundamentos teológicos y espirituales que dan solidez a nuestra espiritualidad, los encontramos en la profundización y contemplación del Corazón de Cristo, como centro unificador de todo el evangelio y en la espiritualidad ignaciana que nos lleva a vivir el equilibrio integrador de una vida interior y comprometida orante y activa.” (Const. Nº 7)
La palabra “Corazón de Jesús” es una de esas “palabras manantial”, fundamentales, originales. “Corazón”, viene a expresar la totalidad del hombre y es anterior a la distinción filosófica entre cuerpo biológico y espíritu incorpóreo. “Corazón es un símbolo real, para expresar el centro más original de la unidad psicológica de la persona, centro íntimo de cada ser en que se realiza esencialmente la apertura a Dios y la apertura a los demás hombres.
El corazón es como la conciencia del nacer de las decisiones. Es el YO del hombre, su interior, su personalidad oculta, que se contrapone a lo exterior del hombre. En el corazón está el puesto en el que Dios se inserta en el hombre, aquí se esculpe la ley, en el corazón se infunde el Espíritu, en él habita la trinidad. Para el cristiano, decía san Agustín,
“el corazón representa la fuente de toda vida personal, donde pensamiento, amor y sentimientos forman una sola cosa”.
Nos atrae por la totalidad de su persona, su modo de pensar y de sentir, la manera de decidir y de relacionarse, por la unción llena de buen sentido con el que encara los asuntos más diversos.
Su vida tiene mucho de peregrinación, de búsqueda y encuentro, de tenacidad y docilidad y de este modo él y Dios consiguieron un estilo de vida de gran calidad cristiana, en donde por un lado se hace transparente la acción divina en este mundo y, por otro, vives en profunda plenitud, totalmente dedicado al servicio de los demás.
El Espíritu va a educar a Ignacio en la ciencia del discernimiento de los espíritus, el discernimiento como madurez cristiana en el amor.un amor "discernido", es decir, fundamentado en Dios y motivado por El.
Otro elemento importante es aprender a trabajar en Iglesia sin entrar en conflicto con las estructuras y sin ceder en su libertad de hijo de Dios, que lo empuja por caminos muy innovadores. Aprendizaje de fidelidad y libertad que costó a Ignacio momentos difíciles.
El deseo de ayudar a las almas le va guiando en los pasos que da, se va abriendo con realismo al "mayor" servicio, que exige lógicamente una cierta lentitud e integración de aspectos y experiencias.
El servicio apostólico es camino de Pasión, porque no hay otra manera de vivirlo que dando la vida.
“Contemplar y experimentar el Corazón de Cristo es sentir al mismo tiempo, la urgencia del “Id a todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” haciendo presente el Reino de dios y donde sea posible se adhieran a Cristo y se incorporen a la Iglesia.” (Const. Nº 8)
Hacer vida esta llamada del Señor, exige de nosotras, salir de nuestro mundo conocido, para ir al encuentro de nuestros hermanos y hermanas más pobres y alejados; de tal manera, que la vocación Ad Gentes, se convierte en el elemento constitutivo y especícfico de nuestro Carisma Misionero, que nos lleva a vivir la universalidad.
Salir supone riesgo, intrepidez, audacia, valentía, para dar un salto en el vacío, sintiendo el temor a lo desconocido.
Supone también, desarraigo del mundo afectivo, lugar de origen, cultura, ambiente social y religioso. Desprendimiento de lo vivido, para empezar de nuevo, con la consiguiente inseguridad de no saber cómo será lo que nos espera.
La vocación “Ad Gentes”, es una de las experiencias fundantes que tocan lo afectivo, y que simultáneamente encogen y ensanchan el corazón, prevaleciendo siempre el deseo de responder a la llamada de Dios con fidelidad. Tiene tal fuerza de seducción para nosotras, que aún en medio del temor, inunda el corazón de una seguridad tan fuerte y profunda, que nos hace capaces de todo.
Esta opción por las misiones más necesitadas nos sitúa a vivir en contextos sociales de frontera entre los más pobres y excluídos.
El talante vital que genera estar en los lugares más alejados y entre los más pobres, tiene su raíz en nuestra misma vocación. Es la acción del Espíritu la que transforma los mismos obstáculos en potencialidades. La que produce alegría interior al poder estar entre la gente, compartir su vida y correr su misma suerte, con amor apasionado por el Reino de Dios que ya está en medio de ellos.